No tiene nada de malo que las niñitas jueguen a ser princesas.
Me acuerdo que me gustaban esos cuentos cuando niña. Lo malo es creerse todo lo que dicen. No es sano.
Y pucha que cuesta cuestionarse algo tan metido en nuestras cabezas. Pasa con las cosas que parecen inofensivas, las tragamos sin cuestionarnos, las digerimos y las hacemos parte de nosotros.
Por suerte uno crece y se acostumbra a mirar las etiquetas, las condiciones de uso y la letra chica antes de comprarse algo (en sentidos literal y figurado).
Me acuerdo que me gustaban esos cuentos cuando niña. Lo malo es creerse todo lo que dicen. No es sano.
Y pucha que cuesta cuestionarse algo tan metido en nuestras cabezas. Pasa con las cosas que parecen inofensivas, las tragamos sin cuestionarnos, las digerimos y las hacemos parte de nosotros.
Por suerte uno crece y se acostumbra a mirar las etiquetas, las condiciones de uso y la letra chica antes de comprarse algo (en sentidos literal y figurado).
4 comentarios:
Es el efecto Candy. Creo que Candy es peor que las historias de princesas.
Pero bueno, a uno la vida le enseña que mientras menos vestido arrepollado y espera del príncipe azul todo bien. Además, ¿se ha fijado que ningún cuento habla del después? Siempre terminan en la celebración del matrimonio. Creo que Shrek es el único que incursionó más allá. Besotes para usted y Ñoño-dog.
Yo conozco amigas que demandarian a Walt Disney por hacerles creer en el principe azul, jajaja.
Saludos
Y la Princesa Caballero, que para triunfar tuvo que hacerse pasar por hombre. Bien machistas los cuentistas de antes.
A Walt Disney hay que dibujarle su firma, jajaja.
Yo por creerme la princesa terminé divorciada y con mis sueños hechos añicos. No, no hay que creerse la princesa, toda la razón.
Saludos.
Anaís S.
Publicar un comentario