sábado, 27 de octubre de 2007

Desconcierto


Me pasa a veces eso de sentirme como pez fuera del agua, por ejemplo cuando intento caminar más lento, o cuando me detengo a mirar los detalles de las edificios del centro. Al principio me daba como vergüenza, pero ahora me río por dentro. Tantas veces me ha pasado también estar al otro lado: no saber ponerme en el lugar del otro, ir tan enfrascada en mis pensamientos o deberes sin entender al que sonríe.
Es una delgada línea entre sentirse especial y sentirse raro, va a depender del contexto.
Creo que la gente en general ve con malos ojos al distinto (en todo sentido) y digan lo que digan en Santiago tampoco reina la tolerancia.
Me siento diferente en un buen sentido cuando me preguntan dónde queda algo, o cuando las viejitas me piden ayuda para subir una escalera (eso me pasa en el centro).
Me siento diferente en mal sentido cuando unas viejujas que no me habían visto me miran con ojos que dicen "me vas a asaltar", cuando lo único que quiero es pasar para seguir caminando (eso me ha pasado en Providencia).
Más feo fue cuando me acerqué al kiosco de afuera del Paseo Las Palmas (por Av. Providencia, al lado de las flores) y muy amablemente (incluyendo el disculpe y por favor) pedí una referencia, a lo que la señora (no sé si merece ese apelativo) me contestó a garabatos, "argumentando" que no estaba para responder preguntas, a lo que respondí asombrada (y sarcástica por supuesto) "gracias por la amabilidad", con lo que esta mujer terminó el rosario acordándose de mi madre.
Me extrañó una vez en el metro, hora descongestionada, cuando intentamos sentarnos con mi hijo (cargado con 2 mochilas bien pesadas y habiendo al menos 4 asientos disponibles), un hombre mayor que nos retó por intentar usar los asientos. Cuando le pregunté por qué no podíamos salió con una serie de cosas: que era una maleducada, que criaba mal a mi hijo, que iba a ser "maricón" (así dijo él) porque no era capaz de irse parado, y un largo etcétera. Le hice ver que había varios asientos desocupados en el vagón, pero él siguió con su discurso de la "buena educación". Ya casi desmoronada mi fe en la humanidad, varias personas que iban al lado me dijeron, empáticos, "no le haga caso".
Eso de verdad me impactó, di varias vueltas al asunto, caminando hacia la casa hablé con mi hijo explicándole que las personas a veces tienen malos días y andan enojados con todo el mundo y otras varias creen que sólo lo que ellos piensan o creen es cierto, (creyendo que los demás están equivocados, son tontos o malos). Aunque reconozco que fue difícil sacar la moraleja del asunto porque me sentí pésimo al recibir tanta violencia de sopetón.
En fin, prejuicios y formas despectivas hay en todas partes, lo importante es no caer en el jueguito y no dejar que unas cuantas nubes feas nos arruinen los planes.
Es lindo sentirse único y creer en lo que se hace.

1 comentario:

Anónimo dijo...

cuesta sentirse bien en una ciudad como esta.